TORO DE LA VEGA: CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA. La opinión de Miguel del Río
Miguel del Río Cristóbal
Seguramente el debate más interesante sobre el Toro de la Vega sea el sociológico o moral y si nuestro comportamiento en el Torneo del Toro de la Vega tiene sentido cultural, natural o histórico. Cabría pensar si todos los artistas que buscaban inspiración en la raíz del toro erraban en su decisión, si la bonita estética que todos los aficionados encontramos en el toreo no era tal o si la exposición de una realidad tan trascendental como la muerte no era lo más adecuado. Sin ánimo de profundizar en ello mi respuesta es clara. El ánimo de esta prohibición no busca más que proseguir con la infantilización de nuestra cultura, en la que es inaceptable presentar cualquier exposición directa de la muerte como si se tratara de algo construido artificialmente. No es de extrañar en un mundo hipócrita de gominola en el que preferimos la película de Walt Disney a afrontar valientemente cualquier tipo de cuestión puramente antropológica. En cualquier caso se trata de una cuestión de conjunto y no solo relativa al icónico uro que se torea en la Vega de Tordesillas. Pero vayamos a la historia de verdad.
Al Partido Popular se le ha vuelto en contra la politización de la tauromaquia. Siempre que los conservadores han utilizado las fiestas lo han hecho por rédito electoral, no por un hipotético interés por la fiesta pues nunca se han atrevido a abordar los verdaderos problemas a los que se afronta la tauromaquia en su conjunto. Desgraciadamente muchos electores han sido cómplices engañados al guiarse por esta falsa concordancia entre política y toros, y ahora la cruda realidad ha hecho que estos se estampen contra una pared de hormigón. Va a resultar que no hay que mezclar toros y política. Son numerosos los signos que muestran que toros y política no tienen que ir de la mano, por ejemplo, Pedro Sánchez comulga con la idea de abolir el Torneo del Toro de la Vega mientras que el alcalde de Tordesillas, el socialista Poncela, gobierna con una amplia mayoría absoluta y se ha convertido en uno de los referentes en la defensa de este ancestral rito. Luego está Puente, que dice ser taurino pero reniega de ellos, pero esto es caso aparte. Los toros, nuestra fiesta, deberían pertenecer al pueblo y no al político de turno.
No es casualidad el momento de este ya famoso decreto, muchos pensarán que ha sido escogido mal debido al periodo preelectoral en el que nos encontramos pero los tiempos, en este caso, han sido escogidos con especial esmero. Justo cuando más asediada estaba la Junta de Castilla y León por esa lista de incesante corrupción (trama eólica, Perla Negra, ADE parques, HUBU,…) se aprueba casualmente este decreto que ha conseguido virar unidireccionalmente las informaciones periodísticas y la opinión pública. Hay que darles la enhorabuena, nos ha salido caro pero la han conseguido, al parecer queda peor la corrupción que prohibir nuestras costumbres más auténticas.
Pero lo que más preocupante no es todo lo anterior, sino que se trata del primer paso de una estrategia muy bien orquestada en la que el primer muro a derribar era el Toro de la Vega. Lo han conseguido, no van a parar, y peor aún, van a concluir su objetivo: la abolición completa de la tauromaquia. No me extraña, pues a la total dejadez de cualquier tipo de referente taurino hay que sumarle la infantilización de una sociedad que ha decidido mirar hacia otro lado ante algunas de las realidades más importantes de nuestra cultura. Hasta César Mata ha renunciado a abordar este asunto tan peliagudo en el diario que escribe su columna de opinión semanal. Sin embargo, en el editorial de ‘El Diario de Valladolid’ del pasado viernes, 20 de mayo, sí que se mostraba claramente en contra de este festejo y ¡cómo iba a disentir de la línea editorial el humilde columnista! El egoísmo de algunos sectores del mundo del toro nos va a llevar a la muerte, una muerta anunciada, pero no la del Toro de la Vega, sino la de la tauromaquia tal y como nos la han legado nuestros ancestros.