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La filípica del domingo: la tergiversación de nuestra Historia

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  • Estamos llegando a un punto en el que algunos nos quieren vender que todo lo que nuestra nación ha exportado a otros lugares ha sido muerte y miseria y todo lo que otros nos han traído aquí ha sido esplendor, paz y armonía

 Juan J. Villalba P.

Ayer por la tarde, mientras zapeaba en busca de algo con lo que pasar parte de la tarde, me quedé absorto viendo un programa que había en el segundo canal de nuestra televisión pública. El programa en cuestión se llamaba ‘Jardines con historia’ y tenía como protagonista a los espacios verdes de la Alhambra de Granada.

No es que sea yo un amante de la botánica, pues mis únicas relaciones con ella son el haber visto en mi niñez aquellos programas en los que el padre Mundina hablaba sobre el cuidado de las plantas y ya de adulto haber tenido alguna planta en casa que, no sé si por defecto o exceso de cuidados por mi parte, se acabaron marchitando. Lo que siempre me ha gustado ha sido conocer la Historia, principalmente de nuestro país, y en el citado programa se entreveraban los contenidos netamente botánicos con los históricos, referidos estos últimos a la construcción del complejo monumental nazarí.

Cuando era niño y cursaba aquello que se dio en llamar Educación General Básica, aprendí que lo que hoy conocemos como España fue un territorio por donde pasaron y dejaron su huella las principales civilizaciones del Mediterráneo. Además, otra de las cosas que aprendí es que el tránsito de una a otra fue de todo menos pacífico. Por eso me han sorprendido las afirmaciones realizadas esta semana por una diputada en el Congreso sobre lo tranquilos que vivían cristianos, judíos y musulmanes en Al- Andalus y lo perniciosa que fue la reconquista del territorio por lo que ella  definió como “Monarquía Hispánica” que provocó “una enorme invasión, genocidio y ocultación”.

He de reconocer que yo no estaba allí para saber si aquella convivencia era tan idílica como afirma su señoría ni tampoco estaba en la bahía de Algeciras en el 711, cuando los ejércitos de Táriq ibn Ziyad desembarcaron en ella iniciando la invasión árabe de la península ibérica, para saber si la convivencia de los habitantes de la zona era también idílica o su vida se vio algo, pero sólo un poco, alterada por tan agradables visitantes. Tampoco estaba cuando Áudax, Minuros y Ditalcos se infiltraron en la tienda de Viriato para introducirle (suavemente y sin acritud) una daga en la garganta, tras soborno de Roma, posibilitando un gran paso en la conquista de la península ibérica por parte del Imperio Romano. Quizás sin la presencia de éste en nuestro territorio no tendríamos calzadas, pero a lo mejor un descendiente de Viriato hubiera inventado un sistema alternativo y más efectivo para desplazarse de un sitio a otro, como la teletransportación molecular. Pero nunca lo sabremos porque al caudillo lusitano lo mataron. Por no estar, no estaba presente cuando los conquistadores españoles atracaron sus huestes en las playas del Nuevo Mundo iniciando la conquista de aquellos parajes y rompiendo la paz y la armonía de aquellos nativos que, en muchos casos, servían como sacrificios humanos para sus iguales de otras tribus.

Estamos llegando a un punto en el que algunos nos quieren vender que todo lo que nuestra nación ha exportado a otros lugares ha sido muerte y miseria y todo lo que otros nos han traído aquí ha sido esplendor, paz y armonía. Esas reducciones de la Historia son peligrosas, pues cualquier invasión de un pueblo por parte de otro ha tenido sus luces y sus sobras o al menos eso es lo que decían los libros con los que yo estudie, escritos generalmente por personas doctas en la materia y no por indocumentados. El problema no es que haya unos cuantos listos que nos quieran vender esa moto, sino que haya muchos tontos que la quieran comprar.

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