UN ASALTO TOTALITARIO: UNA CHORRADA FASCISTA. POR NICANOR PRIETO DE LA CAL
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La Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas, proclama en su artículo 18 que toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
En el Preámbulo de la Declaración se dice:
“Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias.
Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.
Dicho esto, resulta indecente que, ante el asalto a la capilla católica de la Universidad Complutense se esté, por parte de algunos podemitas y sus periodistas secuaces, intentando presentar el asalto como un acto de libertad de expresión, y de reivindicación de la laicidad de la Universidad pública.
¿La libertad de expresión tiene límites? Por supuesto que sí; y los tiene justamente en el respeto a los derechos fundamentales de los ciudadanos recogidos en nuestra Constitución. Así se dice expresamente en el artículo 20.4 de nuestro texto constitucional.
Tu derecho de libertad de expresión no te da autoridad para invadir un espacio asignado legalmente a otros ciudadanos, no te da derecho a violentar su conciencia, a violentar su derecho de reunión, a violentar su derecho de libertad religiosa, que está siendo ejercitada en comunidad de oración con otros ciudadanos españoles.
¿Qué quieres una Universidad laica y atea? Pues muy bien, consigue mayoría absoluta en el Congreso, cambia las leyes, y suprime las autorizaciones que el Rectorado haya podido conceder a la Iglesia Católica, o Protestante, o a la religión de fe budista, pero hazlo sin ejercer violencia alguna sobre tus conciudadanos.
Todos vimos las noticias del asalto a la Librería Blanquerna, en el que un grupo de extrema derecha, por supuesto en nombre de sus ideales, interrumpió el acto y zarandearon a los asistentes a la presentación de un libro, que no debía ser de su agrado. Todos entendimos y aceptamos que la policía les detuviera, les tomara declaración, y les pasara a disposición judicial. Su ideología no puede estar por encima de los derechos de los demás. Y por esto mismo no es aceptable que un grupo de estudiantes decida imponer por la fuerza su opinión a los demás, privar a los demás de sus derechos de libertad de conciencia y de religión; y en definitiva imponer pisoteando los derechos de los demás su particular visión totalitaria y fascista de la sociedad.
He dicho fascista, porque, si por fascismo entendemos la aplicación de la violencia a la política, esto es fascismo, igual que el asalto a la librería Blanquerna. Fascismo porque aplican la violencia sobre los demás para impedir el ejercicio pacífico de sus derechos.
El cinismo hipócrita que estos días están exhibiendo los podemitas, y sus periodistas secuaces, es sencillamente nauseabundo. Una doble vara de medir. Lo hemos visto también con el escrache al concejal de seguridad de Madrid hecho por un grupo de policías locales, en plena vía pública. ¡Oh, pobrecito mío!, el concejal se ha sentido ofendido, agraviado, y agredido como representante del pueblo. Claro que ¡maldita hemeroteca!, ya le han sacado un reportaje en el que él hacía el escrache al entonces alcalde Ruiz Gallardón. Pero qué pasa. Pues pasa que para estos podemitas, y sus periodistas secuaces, como señala el editorial de El País del pasado miércoles, 18 de febrero, el escrache es libertad de expresión sólo cuando se hace por los izquierdistas contra la derecha. Sólo en ese caso. Pero si un grupo de trabajadores decide “escrachear” a un podemita en el poder, poco menos que son reaccionarios peligrosos. Tal es la hipocresía de esta nueva casta, y sus periodistas secuaces.