San Juan y algo más. Capturas Escritas por Saúl N. Amado
San Juan y sus famosas hogueras. En la playa de las Moreras, a orillas del Pisuerga, se divisan fogatas de cualquier índole, género, idiosincrasia y temperamento. En los ojos penetrantes de todos los allí presentes, se aprecian las llamas resplandecientes prendidas en las maderas castellanas.
Cada hoguera con una historia, cada llamarada con una expresión distinta ala anterior y posterior. Son hogueras como la vida misma, cada una de un aspecto y condición, subordinadas a la hoguera madre, la gran fogata que se prende cuando el gran reloj de la villa pucelana declara con doce golpes de campana que el día toca a su fin y comienza el tan famoso y ansiado 24 de junio.
Este año, la grandiosa y robusta hoguera, ha contado con la presencia de una persona principiante –y un tanto desorientada– en la atmósfera que se rodea. Parece que necesita echar mano de estas brasas naturales para recibir algo de calor y abrigo, porque la canícula de los suyos se encuentra ausente y, en muchos casos, la ausencia es permanente. Y eso que el fervor ardiente del bermellón se encuentra impregnado en su figura.
Si están pensando que éste, nuestro protagonista de hoy, es un señor conbastón en mano… Enhorabuena, has acertado. Les daré una pista más, no es un bastón cualquiera, pues tiene una cualidad única que, por desgracia, muchos padres contemporáneos carecen de ella.
Algunos piensas que mando lo primero que escribo, pero aseguro que está meditado y consensuado con la mejor profesional de esta materia: la conciencia.
¿Se acuerdan de aquel acertijo que contaba la historia de un padre y un hijo sentados en un banco y cuyo nombre del jovenzuelo estaba enmascarado en el misterio y resultaba ser Esteban…? Pues este artículo –receptor de críticas sin duda– es algo similar, la cualidad del báculo se ha pronunciado anteriormente. Y con todo esto sumado, mezclado y masticado, tenemos el nombre del gran vallisoletano desorientado. Recapaciten.
Pasado San Juan, el verano pega y asoma cada vez con más y más fuerza. Creo que es hora de ponerme en remojo, sobre todo, a enfriar la cabeza.