CHIMPANCÉS
Saúl N. Amado
La especie humana es la única capaz de superarse cuando crees que has visto todo. Sin duda, es el animal más racional –o eso dicen–, aunque en muchas ocasiones sus actos demuestran su verdadero origen primitivo. No son pocos los que opinan que los chimpancés, o alguna otra especie semejante, nos comerán el terreno. Incluso hay quien desea que lleguen a gobernarnos. Aunque viendo los últimos acontecimientos no queda lejos tan primaria profecía.
España, y el resto del mundo, lloran la muerte de inocentes a manos de asesinos sin remordimientos, carentes de moral, alma y corazón. Estas tragedias muestran algo completamente antagónico: por un lado lo peor del ser humano, la capacidad y necesidad de matar sin motivo; por otro, la capacidad y necesidad de ayudar al desconocido, de jugarse la propia vida por salvar la del prójimo.
La crítica es algo sano y necesario en una democracia, no obstante, hay situaciones en las que no tiene cabida. Que una masacre sea el argumentario perfecto para ensalzar el nacionalismo más rancio y caduco de Cataluña, o sea el elemento perfecto para descalificar a toda una comunidad religiosa haciendo gala de la poca tolerancia que en el país se respira, dice mucho de una sociedad que cada vez apuesta más por la rotura y el daño ajeno. No es el momento. No es la situación. Simplemente es el español de corta lucidez que hace de una mancha negra en la humanidad la pieza clave de su ideario.
Lejos quedan los chimpancés, aún estamos a años luz de que aflore tan deseada especie.