A los “Vivaespaña” de boquilla. Por Francisco J. Fernández
“Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso, es un verso. No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso, pero también lo “extrañás si te mudás” a diez cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país, es un tarado mental. ¡La patria es un invento! Uno se siente parte de muy poca gente; tu país son tus amigos, y eso sí se extraña, pero se pasa”, Martín (Hache).
Una bandera al aire
He visto durante estos días, casi por casualidad, una escena de la coproducción hispano-argentina Martín (Hache), una excelente película en la que magistralmente se tratan temas tan variopintos y polémicos como el sexo, las drogas, la patria o las relaciones entre padres e hijos. En concreto, en la escena que he visto por enésima vez Federico Luppi charla con un jovencísimo Juan Diego Botto sobre la patria y el patriotismo. Y precisamente este canto tan apátrida me ha hecho pensar sobre aquellos que enarbolan la bandera de su país, de cualquiera, del nuestro, sin pararse a pensar sobre aquello que defienden.
Cada vez más a menudo veo a grandes patriotas, grandes “vivaespaña”, como los llamo yo, que parece que solo saben enarbolar la rojigualda para gritar a los cuatro vientos lo grande, bonita y espectacular que es su nación. ¿Acaso soy yo menos español por no gritarlo? ¿Acaso soy yo menos español por asumir que en algunas cosas no somos los mejores? ¿Acaso soy yo menos español por querer que mejore lo que, a mi juicio, creo que es francamente mejorable?
Sin embargo, pronto recibo la respuesta. No soy menos español ni debo irme a vivir a Cuba, Corea del Norte o Venezuela por pensar diferente. Soy, acaso, más patriota aunque no tenga el “vivaespaña” todo el día en la boca. Y así lo considero porque me intereso por las bondades y por los males de mi tierra, porque me fascina su historia y su cultura, porque me preocupa su futuro.
Y sin gritar un solo “vivaespaña” ni enarbolar altivamente la bandera deseo conocer quiénes fueron nuestros grandes literatos que supieron dignificar una lengua como el castellano (o español) y que hicieron de ella un idioma universal, conocido en todos los rincones del planeta gracias a un viejo loco enamorado de los libros de caballerías.
Sangres y culturas diferentes
Y sin levantar en alto la tela que nos representa conozco más de ella que muchos que la elevan al cielo. De ella y de otras que también representaron al país que surgió de la unión de muchos reinos y condados, de muchas sangres diferentes y de muchas culturas que vinieron de otras tierras.
Y sin el poder de otorgar nacionalidades, me preocupa que mis vecinos y conciudadanos pertenezcan a uno de los países con peores informes educativos de la OCDE, a un país en el que leer se ha convertido en una aventura quijotesca propia de locos. ¿Seré demasiado pesimista?
Y, sin embargo, soy un antipatriota porque no grito “vivaespaña” aunque me preocupe más, conozca más y, sobre todo, quiera saber más sobre ese país al que dicen que rechazo. Sinceramente, me veo pequeño e incapaz de absorber todo lo que nos puede ofrecer nuestra historia y nuestra milenaria cultura.
Y, a pesar de ello, me piden que haga las maletas para irme a vivir a otros países con otra cultura y otra historia tan grande como la mía, pero no es la mía. Y, aunque en ningún momento haya escrito un solo “vivaespaña”, no se me podrá acusar de lo que no soy, de lo que no puedo ser.