NI LA LABIA BASTA CUANDO SE TRATA DE CONVENCER DE LO QUE NI UNO MISMO SE CREE. Por Juan Pascual Chimeno
Imagen del programa La Quinta Esquina
Juan Pascual Chimeno
El miércoles 9, en el programa La quinta esquina de La 8 de Valladolid, la portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento y la Diputación de Valladolid, Pilar Vicente, realizó una defensa a ultranza del pacto firmado por su jefe en esto de la política, Albert Rivera, con el Partido Socialista para una posible investidura. Siempre he tenido a Vicente como una persona capaz en lo que a la oratoria se refiere. Capaz de defender un argumento, de rebatir a cualquier interlocutor y buscar salidas a las situaciones más apretadas. Y ayer, una vez más, lo demostró. Al menos en la segunda parte del programa. La entrevista comenzó, como no podía ser de otra manera, con el debate “diputaciones provinciales Sí o No”. Vicente, tuvo que defender el ideario de su partido, pero no parecía capaz de salir del brete en el que continuamente le ponían los periodistas. Y posiblemente no fue por falta de habilidad oratoria, que como ya he dicho le sobra, sino porque no creía en lo que estaba diciendo.
En Madrid, a nivel nacional, posiblemente se vean las diputaciones como algo que sobre, como un intermediario innecesario, pero no aquí. En Valladolid, o en Castilla y León, o en cualquier comunidad donde el mundo rural sea al menos tan importante como el urbano, las instituciones provinciales se me antojan más que necesarias. Y no debo ser el único cuando políticos de todos los colores las están defendiendo. Posiblemente el propio Pedro Sánchez lo vea así, ya que su discurso de investidura no mencionó el apartado de las diputaciones, y eso que estaba escrito en el papel. Quizá solo fue un despiste, algo propio de los nervios de saber que te estás jugando mucho, pero, llámenme incrédulo, no lo creo.
No nos engañemos, alguien tiene que ocuparse de esos pueblos en los que quedan casi más animales de granja viviendo que personas, y no pueden ser las comunidades autónomas, que ya bastante tienen con lo suyo. Las diputaciones deben reformarse, sí, al igual que muchas de las instituciones de este país, pero no desaparecer. Quién mejor para aconsejar a un alcalde que otro. Quién mejor para saber lo que pasa en un municipio de menos de 20.000 habitantes que el concejal de otro pueblo con similares características. Quién puede asegurar que no se van a quedar en el olvido. Quizá Rivera y compañía deberían acordarse de aquel refrán que cita: más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Y las diputaciones, en el medio rural, son muy conocidas.
O quizá este texto es solo la opinión de un loco.