¡Si hay juerga, yo me apunto!
Tradicionalmente, nuestra sociedad, proveniente social, cultural e históricamente de raíces católicas celebra, como es lógico, la gran mayoría de acontecimientos a causa de un origen religioso. Salvo raras excepciones, las fiestas patronales de los pueblos están dedicadas a un santo o una santa.
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Hace años, gran parte de la sociedad se consideraba católica, actualmente mucha menos lo es, y todo apunta a que cada vez sociedad y religión van a estar más separadas.
En vísperas de las fiestas que se nos avecinan, lo más certero sería hacer referencia a la Navidad, pero nos da igual, porque a cualquier otra festividad nos podríamos referir. Pasa lo mismo prácticamente con todas. Pocos van a misa, menos a la procesión y menos aun a coger las andas del santo que toque ese día. Pero resulta que al término de las mismas, los salones culturales de nuestros pueblos se llenan de gente para tomar un bollo, un vino, o mejor un chocolate para las fechas en las que estamos. Aún en el caso de las Navidades, sólo es de esperar que incluso aquellos que son víctimas de la LOGSE, conozcan –como simple dato de cultura general- lo que se celebra en estas fechas, que no es otra cosa que el nacimiento de Cristo, no les pase como a la archiconocida escritora Rosa Regás quien a la pregunta de uno de sus nietos sobre quién era Barrabás, espetó a la pobre criatura que era uno de los dos ladrones con los que crucificaron al Mesías.
Muchos de los hogares de nuestros pueblos (que son menos que los de las ciudades) reniegan de todo lo relacionado con la Iglesia. Incluso en más de dos y tres ocasiones se hace escarnio y mofa de lo que con la religión católica tiene que ver, porque con otras religiones mucho más expeditivas en las que por ejemplo la mujer está sometida a todo tipo de agravios o en las que plasmar a Mahoma te puede costar el pellejo, se tiene bastante más respeto por no decir un cierto acojono a ni siquiera mentarlas. ¿Problema? Ninguno, estaría bueno, cada uno hace lo que le da la gana. Pero lo que resulta chocante, es que luego celebran todo tipo de fiesta y sobre todo las que hunden sus raíces en el catolicismo. ¿Será que no saben que tienen un origen histórico religioso? Pero lo mismo da, si hay que hacer fiesta se hace, y si es de otra cultura, no importa, la celebramos y se acabó. Incluso algunos que no creen en Dios, ni en la Virgen María ni en los santos, a la hora de unir su corazón a su pareja optan por el boato de las ceremonias religiosas. ¡Qué bonitas quedan las fotos de bodas con un retablo renacentista como fondo y con frescos de los instantes en que los secuaces de Astígenes despellejaban a San Bartolomé o los de Herodes Agripa separaban la cabeza del tronco a uno de los hijos del Zebedeo!
Lo que está visto es que nos importa un pimiento la festividad que sea, cuál sea su origen y todo lo demás. Pero el pegarnos una comilona repleta de mariscos, asados, postres, vino y alcohol, con la que comerías durante tres días, con sus respectivas juergas padre, no se pueden perdonar. Tampoco engalanar nuestros balcones con el americano y mercantilista Papá Noel (creación de una marca de refresco de cola), o los jardines con las luces que más que una vivienda se asemeja a un club de alterne de esos que frecuentaba José Fernando Ortega Mohedano antes de que le enjaularan cuan jilguero, o que decir de tanto regalo que por todas las casas tienen los niños, que apenas dan uso.
No podría llegar a otra conclusión que: ¡Si hay fiesta, me apunto aunque sea a un bombardeo!