Comienza en Matallana el segundo turno del XII curso de Arqueología que cuenta con 30 alumnos de varias universidades españolas
Restos prehistóricos, una cámara de cocción del barro y varios testares donde se arrojaban los residuos de tejas, ladrillos y cerámicas que sirvieron para construir el antiguo Monasterio cisterciense de Matallana, entre los principales hallazgos en la excavación del Casetón de la Era.
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Desde el día 25 de julio y hasta el 21 de agosto se está desarrollando en la Finca Coto Bajo de Matallana el denominado “XII Curso de Arqueología – Campo de Trabajo. Matallana 2015” organizado por la Diputación de Valladolid e impartido por el Departamento de Prehistoria, Arqueología, Antropología Social y CC.TT.HH. de la Universidad de Valladolid.
Bajo la tutela de los arqueólogos Manuel Crespo Díez y Raúl Martín Vela, y los profesores de prehistoria Germán Delibes de Castro y José Antonio Rodríguez Marcos, en las excavaciones de 2015 participan un total de treinta alumnos que proceden de las universidades de Valladolid, Málaga, Sevilla, Santiago de Compostela, Autónoma de Madrid, León, Salamanca y Cantabria.
Los trabajos arqueológicos que se están desarrollando tienen como referencia una cartografía geomagnética del yacimiento realizada por el profesor H. Becker, del Instituto Geofísico de la Universidad de Munich, donde se aprecian importantes alteraciones magnéticas que responden a un interesante conjunto de estructuras ocultas en el subsuelo del terreno. Lo más sugestivo son los tres fosos concéntricos que circunvalan una antigua aldea de la Edad del Cobre y otro sector, localizado a pocos metros al Oeste, con una serie de señales magnéticas muy acusadas, que se corresponden con un área de combustión medieval relacionada con la producción de tejas.
La actual campaña de excavaciones se realiza en el yacimiento denominado El Casetón de la Era, un rico paraje arqueológico en el que se conocen ocupaciones humanas que van desde la Edad del Cobre (3000-2500 a.C.) hasta Época Medieval (siglos X al XIII d.C.).
En el primero de los sectores citados se ha excavado un tramo del foso intermedio, donde se han recuperado multitud de restos prehistóricos (huesos de animales, adobes, cerámicas, objetos tallados en piedra…).
Por otra parte, en el sector medieval se ha abierto una gran área de excavación en la que han aparecido hasta la fecha una serie de hoyos o testares en los que los antiguos alfareros tiraban los productos abortados durante la elaboración de tejas y ladrillos asociados a un horno destinado a la fabricación de tejas. Esta última estructura se divide en dos partes, una subterránea, que ha sobrevivido hasta el presente, y otra aérea. La primera recibe el nombre de cámara de cocción o caldera y consiste en una fosa excavada en el substrato natural, con las paredes enlucidas con barro y tres grandes arcos que la cruzan en perpendicular con el fin de dar apoyo a un suelo con perforaciones denominado parrilla. La función de este espacio sería la recepción de la carga de leña que, mediante su ignición, proporcionaría el calor necesario para la cocción de los productos cerámicos que tendría lugar en una segunda cámara, llamada cámara de cocción o laboratorio, situada inmediatamente sobre la inferior y separada por ella por la citada parrilla. Este último espacio ha desaparecido con el paso de los siglos pero cabe suponer que se trataría de una pequeña habitación de forma cilíndrica o abovedada.
Horno cerámico para la construcción del Monasterio cisterciense de Santa María de Matallana
Las características del horno y los materiales cerámicos asociados a él permiten datarlo en Época Medieval. Más en concreto, y a tenor del gran tamaño que debió tener el taller alfarero, unos 160 por 60 m según se deduce del medio centenar de estructuras altamente magnetizadas detectadas por el magnetómetro, su utilización debe ponerse en relación con las obras de construcción del vecino monasterio cisterciense de Santa María de Matallana, cuyas ruinas aún se pueden visitar a unos 200 m al Oeste del yacimiento.
La construcción de tan magno edificio, que se extendió a lo largo de la primera mitad del siglo XIII, requirió sin duda de ingentes cantidades de ladrillos, baldosas, tejas y otros productos cerámicos cuya elaboración debió tener lugar en el taller alfarero que la presente campaña de excavaciones está permitiendo sacar a la luz.