La Casona de Boecillo (Primera parte)
- En 1988, los alumnos abandonaban aquellas paredes tan rememorativas que conocieron secretos hablados por Wellington, el Príncipe de Orange, el general Howard Douglas y otros, invitados por Alexander Cameron II, rector del Colegio de Escoceses
Fernando García de la Cuesta
Diría que de 365 días que tiene el año, casi 365 pasamos mi amigo Daniel y yo por delante del Colegio de los Escoceses. He visto como desde 1970, que asistía a Misa en su capilla, los alumnos cantaban melodías tan alegres que elevaban el alma hasta espacios intangibles. Sin embargo, aquellos años pasaron; los estudiantes se trasladaron a Salamanca en 1988 y La Casona quedaba sola. Era la primera vez que, después de 176 años, sir Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, instalara en La Casona su Cuartel General de la Guerra de la Independencia en Boecillo, (Peninsular para los británicos) durante tres jornadas históricas: 30 de julio, 6 de septiembre y 29 de octubre.
Después, en 1988, los alumnos abandonaban aquellas paredes tan rememorativas que conocieron secretos hablados por Wellington, el Príncipe de Orange, el general Howard Douglas y otros, invitados por Alexander Cameron II, rector del Colegio de Escoceses. También, habían pasado 186 años desde el inicio de la construcción de tan egregio edificio, y hasta ahí todo…
Decía que todos los días, después de andar bastantes kilómetros por los vericuetos del “monte bajo encinar”, descubrir con Daniel nuevas rutas, indagación de los lugares en donde se fabricaron los ladrillos de La Casona de los Escoceses y de la “Casona del Monte” (construida aproximadamente en 1750), en la que probablemente Wellington estuvo de caza o, para deliberar asuntos que no querría que alguien pudiera escucharlos en el Colegio de Escoceses. ¡Cuánta historia silenciada por la historia!
He podido constatar en primera persona el abandono total inmisericorde de La Casona, como pasaba de compradores irredentos que solo pensaban en lucrarse con el “único edificio histórico de protección estructural existente en Boecillo”, de fastuosas bodas celebradas en nuestra Casona para aprovecharse de la figura ilustre, de cómo pasaban de unos a otros, de otros a unos, sin pensar ni un ápice de lo que allí estaba, solo estaba… La Casona.
Pero al mismo tiempo que el tiempo pasaba, La Casona iba sufriendo el abandono de todos los que la amaron, cual dulce mujer, sin que nadie pusiera algo para reivindicar lo que su pasado exigía. ¡Ay, Wellington, Wellington! Se nos llena la boca con una sola palabra, un solo nombre, un solo hombre…