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Diario de un interino: con la iglesia hemos topado por Francisco J. Fernández

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“La idea de que Dios es un hombre blanco más grande de lo normal con una barba flameante que se sienta en el cielo y cuenta la caída de cada gorrión es ridícula. Pero si por Dios uno quiere decir el conjunto de leyes físicas que gobiernan el Universo, entonces claramente hay un Dios así. Este Dios es emocionalmente insatisfactorio… no tiene sentido rezarle a la ley de la gravedad”, Carl Sagan.

Dios ha muerto

Dios creó el mundo es seis días y el séptimo descanso. Nuestro Dios, el de los españoles, el de los hombres de bien, aunque otras culturas tengan historias similares sobre la creación del mundo y de la vida. Como las narraciones jíbaras. Pero eso no son más que cuentos sin validez científica.

Como decía, Dios creó el mundo. En el mundo apareció el hombre (y la mujer).  Friedrich Nietzsche mató a Dios. Y años después, en un mundo sin un referente espiritual asesinado por el filósofo alemán, surgieron las sagradas escrituras en forma de Boletín Oficial del Estado (el BOE de toda la vida) y resucitaron a Dios, como único ser capaz de hacernos alcanzar la felicidad.

Y así, se oficializó la existencia de Dios en el currículo de la asignatura de Religión que parte de los “datos más evidentes: la constatación de la realidad de las cosas” y de que “la realidad en cuanto tal es signo de Dios, habla de Su existencia”. Entonces, estas humildes palabras quizás no lo sean tanto pues no son más que un signo de Dios y de su existencia, en tanto que estas palabras pertenecen a la realidad. O algo así, ya no sé lo que digo.

Divina providencia

Y no hablo de fe. Me da igual en qué dios, dioses, vírgenes o náyades crea cada uno. Me da igual si usted cree en Dios, Yahvé, Alá o en la bola de espaguetis voladora del Pastafarismo. No me importa si cree que fuimos creados gracias a un ser todopoderoso o cree que fuimos depositados en el planeta Tierra por seres inteligentes de otras galaxias.

Lo que realmente sí que me importa es que en el Boletín Oficial del Estado, que representa a todos y cada uno de los españoles (creyentes y no creyentes, ateos, agnósticos y pastafaris), publiquen dogmas de fe que sienten cátedra y que defiendan que los alumnos deben ser capaces de “reconocer la incapacidad de la persona para alcanzar por sí mismo la felicidad” y de valorar y agradecer “que Dios le ha creado para ser feliz”.

Y ya sé que no es más que el currículo de una asignatura que no es obligatoria y que la estudia quien quiere, que nadie me obliga a no ser feliz sin Dios. Sin embargo, el BOE no es el lugar para publicar una normativa aún más retrograda que la propia Iglesia, que parece modernizarse, poco a poco, y acercarse a los tiempos actuales.

Parece que de nuevo, amigo Sancho, hemos vuelto a topar con la Iglesia y la eterna cita quijotesca sigue siendo actual, aunque no apareciera tal cual en la genial novela de Miguel de Cervantes.

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